Ser el único hombre en una familia con seis mujeres le había convertido en un mimado. Su madre se desvivía por él y sus hermanas no eran menos. No digamos ya su hija quien incluso en aquellos momentos de pubertad estaba platónica y complétamente enamorada de él. Era el rey de la casa. Ni siquiera le reprochaban que siendo el único hombre no llevase un salario fijo a casa. Tampoco le reprocharon nada cuando decidió asumir su responsabilidad para con Fabiola el día que su madre les anunció que estaba preñada. Fabiola llegó a su vida como llega el otoño a aquél laberinto de chabolas destartaladas, sin grandes cambios pero sabiendo que lo bueno del verano se había acabado y que pronto llegaría el mal tiempo. Aun así Fado no tuvo ninguna duda sobre lo que tenía que hacer. Con catorce años tampoco es que se sepa muy bien qué te deparará la vida de padre de familia pobre en Ecuador pero Fado pensó que aquello no podía ser más difícil que aprender las dichosas ecuaciones del colegio. Por eso convenció a su madre para que aceptase que Jomara y Fabiola se quedasen a vivir con ellos.
Jomara los abandonó dos días después de que Fabiola cumpliese su cuarto cumpleaños. Dejó a la niña y a su padre comprando en el mercado, dijo que iba a buscar algo que se le había olvidado y no supieron más de ella. Llamó varios meses después. Había conseguido llegar ilegalmente a España y no pensaba volver. Sólo quería saber si podían enviarle algo de dinero. Debía mucho a quienes la llevaron de Guayaquil a Barcelona y los trabajos que conseguía no le permitían vivir y cancelar su deuda al mismo tiempo. Fado no contaba con dinero para mandarle pero consiguió que unos primos que residían en Valencia le prestasen algo "para ir tirando". No debió ser suficiente porque volvió a llamarle varias veces pero ya no pudo hacer más por ella. Fado supo al poco tiempo que ejercía de puta en El Rabal de Barcelona.
Su hermana mayor también se marchó. Ella sí se despidió, de todos sin excepción pero en especial de él. Fue difícil para ambos. Se llevaban tan sólo 11 meses de diferencia y siempre habían sido uña y carne para todo. Sarai había encontrado a un enfermero argentino que le ofrecia pasión y conocer la Pampa a la grupa de su moto. Ella pensó que su vida no podía empeorar mucho más en los brazos de aquel hombre mucho más de lo mala que ya era y se fue con él. Fado le entregó antes unos cuantos dólares que consiguió haciendo un par de "recados" como a él le gustaba referirse a las veces que conseguía trabajo recolectando marihuana. No pagaban mucho pero se podía quedar con algunas flores y eso le daba para algún capricho y varias tardes de tranquilidad. Aquella vez lo vendió todo para darle el dinero a Sarai mientras le decía: "Guardatelo bien. Si te cansas de él o te pega, te vuelves en el primer tren". Se despidieron con un llorado beso en los morros.
Una día, muy temprano, consiguió que le firmasen un contrato como conductor de reparto de una camioneta de bebidas. Tendría trabajo los próximos seis meses. Fue a comprar un cochino y unas habas para hacer un hornado en casa, la comida favorita de Fabiola. A la tarde su hermana llamó a casa para decirles que ella y el argentino estaban bañándose en Lago Pelegrini, en Cinco Saltos. A la noche, en casa de la forestal, en su cama, mientras disfrutaba de sus deliciosas tetas, justo en aquel preciso momento, decidió no volver a atender a aquel apodo de Fado. Aquel mismo día decidió, recordando su canción favorita de Elvis, que a partir de entonces le llamarían Bossanova.