viernes, 29 de agosto de 2008

Con una maleta y un perro.

Con una maleta y un perro. Cristina había pensado en esa frase antes, quizás tras oírla en alguna canción, quizás tras leerla en un libro, pero nunca pensó que las imágenes que le generaban aquellas palabras iban a materializarse ante ella como si de un espejismo se tratase.
Cristina terminaba sus vacaciones y volvía para Madrid. Acababa de entrar en una vieja estación de uno de tantos pequeños pueblos de Zamora. Era una estación a la que la modernidad le había cogido con el paso cambiado y que todavía mostraba cierta resistencia a desaparecer pese falta de uso.
Allí un hombre mayor al que le calculó unos 70 años, permanecía en el vacio andén dirigiendo su mirada hacia el infinito, donde las líneas rectas que formaban los raíles se convertían en un punto perdido en el horizonte. No había curvas que hicieran perder el curso de la vía, ni para un lado ni para el otro, lo que hacía imposible que el tren sorprendiera repentinamente al esperanzado viajero llegando a pitido desatado hasta el andén. Pese a eso el anciano no quitaba la vista de aquel punto como si esperase que el tren surgiese de la nada. Estaba calvo, tenía la frente muy ancha lo que no impedía que su pequeña estatura destacase. Sus ropas eran muy humildes y desfasadas, acordes con la estación. En su mano derecha se columpiaba una pequeña maleta verde oliva. Por su aspecto había sido muy usada y estaba pidiendo a gritos que la dejasen descansar definitivamente. No parecía que le pesase mucho, el hombre la sujetaba sólo con un par de dedos de tal forma que podía cambiar unos por otros jugueteando con el asa, lo que producía el ligero vaivén que parecía dormir a la maleta.
Junto a ellos un perro. Uno cualquiera, de esos sin marca ni pedigrí. De los que parecen acompañar a alguien por el mero placer de disfrutar de su compañía. El perro estaba suelto, libre de ir y venir si así lo deseaba, pero estaba claro que no tenía intención alguna de abandonar la compañía del anciano. Era de tamaño medio, ni muy grande ni muy pequeño. Su color quedaba difuminado en la extensa gama de los marrones, ninguna definición se ajustaba mejor. Tampoco tenía mancha especial que le identificase salvo un ligero aclarado entre el pecho y el comienzo de la mandíbula. Orejas caídas y morro corto y grueso pero no como el de los feos bulldog que tan de moda se estaban poniendo en el pijo barrio de Cristina, allí en Madrid. El perro estaba sentado sobre uno de sus cuartos traseros, dejando las patas hacia el lado opuesto. Jadeaba ligeramente con la lengua asomando entre los dientes mientras miraba sin mucho interés el mobiliario de la estación.
Aquella imagen la sobresaltó. Le sorprendió reconocer que ya se la había imaginado antes. No era un "dejavú" de esos que a veces tenía, sabía que aquello no lo había vivido anteriormente, pero era muy consciente de que lo había imaginado tal y como lo estaba viendo. Tan turbadora fue la impresión que le dejó que más tarde, ya en el tren, se pasó todo el viaje de regreso a Madrid intentando plasmar aquella imagen en un pequeño bloc que llevaba en su mochila. Trataba de reflejar cada detalle, cada preciso fragmento de aquel momento. Pensó haber sido tonta al no acordarse de retratarlo con la cámara del móvil pero a la vez reconocía que aquel instante merecía algo más que un frio retrato pixelado. Y mientas dibujaba reproducía mentalmente la breve conversación que tuvieron mientras ella subía al tren recién este llegó.
- Que majo es. ¿Muerde? – dijo Cristina mientras se dejaba olisquear la pantorrilla por el perro.
- … N… No. No. Sólo cuando come – le contestó el anciano sorprendido por su presencia en el andén pese a llevar allí varios minutos.
- No estoy segura pero no creo que le dejen subir al tren con el perro –le dijo con lástima.
- Eso le digo yo todos los días pero no quiere hacerme caso y se empeña en venir siempre – contesto el anciano mientras miraba al perro y este le devolvía la mirada.
- Pero… entonces… lo va usted a dejar aquí. ¿No hay nadie que se lo lleve?
- No, claro que no, yo no me voy a ningún sitio – dijo él.
- ¿No va usted para Madrid?
- Uy no, hija… Vengo por si él quiere marcharse, pero nunca coge el tren. Creo que en realidad no se quiere ir, y ya solo me hace venir aquí por fastidiarme.

Y coincidiendo con el silbato del tren el perro se levantó y mirando al anciano comenzó a andar por el andén seguido por este, con lo que se dio por terminada la conversación. Ambos giraron tomando la dirección hacia la salida de la estación, dejando a Cristina una intensa e irreconocible sensación.


Cristina no pudo dejar de mirarles mientras el tren se ponía en marcha. De espaldas el anciano aun parecía más pequeño todavía pero ahora del trío emanaba un aura que antes Cristina no percibía. Era un aura de soledad, pero no una soledad malsana si no la del que no necesita de nadie más, del que sabe lo que lo tiene todo consigo. La que tienen un anciano, una maleta y un perro, a los que no les importa donde tengan que ir con tal de que vayan los tres juntos.








miércoles, 13 de agosto de 2008

Un blog “políticamente incorrecto”

Eso es una máxima en mis aspiraciones con este blog, la de llamar a cada cosa por su nombre sin miedo a resultar ofensivo, agresivo o falto de tacto con los demás. Vamos, lo que se llamaría ahora “no ser políticamente correcto”.

Esa actitud pusilánime y falta de todo valor es algo que me causa especial disgusto y actualmente estamos socialmente en un nivel máximo de miedo a la crítica por este tema.

La semana pasada en el periódico “El País.com” leí la siguiente noticia:

Un anuncio de la selección de baloncesto, acusado de racista
http://www.elpais.com/articulo/deportes/anuncio/seleccion/baloncesto/acusado/racista/elpepudep/20080813elpepudep_1/Tes

Desde Inglaterra y Estados Unidos algunos tabloides ponían el grito en el cielo y acusaban a los españoles de racistas, vista la foto que aquí dejo.



¿Acusados de racistas por salir en una foto simulando con los dedos tener rasgos chinos? ¿Pero es que estamos todos tontos? Hay que estar muy enfermo para querer ver un problema internacional donde no lo hay y este es un caso de esos. Y lo peor es que ya hay jugadores de la selección española que pidieron disculpas a quien se hubiese podido sentir ofendido. La leche…

En el mismo sentido de no herir sensibilidades hemos ido generacionalmente cambiando el nombre coloquial de las personas que padecen síndrome de Dawn porque el que le dábamos en cada momento nos ha ido pareciendo insuficientemente inofensivo. Hace 30 años se les llamaba subnormales o retrasados y antes se les llamaba “tontos” pero parece ser que ya no se pueden usar por resultar lesivas, pero uno acude al diccionario y encuentra:

subnormal .
1. adj. Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a lo normal. U. t. c. s.
retrasado, da.
(Del part. de retrasar).
1. adj. Dicho de una persona, de una planta o de un animal: Que no ha llegado al desarrollo normal de su edad.
2. adj. Dicho de una persona: Que no tiene el desarrollo mental corriente. U. t. c. s.

Parece obvio que un síndrome de Dawn es una persona que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a lo normal, que no ha llegado al desarrollo normal de su edad y que no tiene el desarrollo mental corriente. O sea, que en ningún caso, si uno usa dichas palabras para referirse a una persona con ese síntoma, está cometiendo agravio alguno. En el diccionario estas palabras no tienen una acepción como insulto pero es innegable que popularmente se convierten en un insulto cuando son referidos a personas “normales” o cuando se dicen despectívamente con intención de menosdespreciar a la persona síndrome de Dawn. Pero aun así siguen siendo palabras absolútamente válidas para nombrar a estas personas. Y con todo eso se cambiaron dichas palabras por disminuido psíquico, pero tampoco nos valía. Eso de disminuido… eso también era un insulto. Así que lo cambiamos por discapacitado mental, que parece que ya nos valía a todos. Pero ya he visto algún anuncio publicitario en el que se defiende la idea de que de discapacitados no tienen nada. O sea, que preveo que dentro de poco tampoco nos valdrá ese apelativo. ¿De veras que nadie se da cuenta de que es un absurdo buscar nombres “blancos” para evitar herir sensibilidades? ¿Acaso no estamos llevando a un extremo absurdo lo “políticamente correcto”.

Y ya el colmo de los colmos es la obsesión de los políticos de ser “políticamente correctos” con todos. Y con todas. Ojo, que nos dejábamos fuera a las féminas, que quizás no se veían integradas en ese “todos” y necesitaban un “todas” que las incluyese. Por eso se usan formas retorcidas del tipo “los vascos y las vascas”, “compañeros y compañeras” o “andaluces y andaluzas”. Y para rizar el rizo y la riza apareció la ministra de igualdad aportando su granito de arena al vocabulario español creando la entrada “miembras”, no fuese a ser que las mujeres no fueran a ser contadas dentro de la acepción “miembros” y la fuesen a tildar de “poco proactiva” en eso de la igualdad...

Por todo eso ahora al gordo se le llama "fuerte", a la escuchimizada "delgadita", al negro "de color" y a las putas "profesionales del sexo".

Lo políticamente correcto tiene un sentido, pero si se abusa de él, y ahora se está haciendo de forma continua, se cae en la cursilería, en el absurdo o diréctamente en la mentira. Y eso no va a tener cabida en este blog.