miércoles, 29 de octubre de 2014

Por mi y por todos mis compañeros

- ¿El escondite? ¿Qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando?

- Bastante. ¿No recuerdas cuando jugabas de chico? Tienes que recordar el espíritu de ese juego. Los que no la pochában se enfrentaban a la dificultad de superar en ingenio y rapidez al que se la ligaba, que tenía todas las de ganar en su misión de encontrar a los participantes. El reto era permanecer oculto hasta que veías la ocasión de llegar a casa y salvarte. Era todo un alivio cuando lo conseguías, significaba que en la siguiente ronda seguirías escondiéndote. Pero a lo que me refiero es a lo que pasaba si no lo conseguías, si el que se la ligaba te cazaba antes de que te pudieses salvar.

- Pues sigo sin ver la relación.

- Aquello significaba que dependías del último compañero que quedase vivo en el juego. Si tú eras ese último compañero eras la única esperanza de los compañeros caídos, todos esperaban que llegases a casa y tocases la pared al tiempo que gritabas aquello de "¡Por mí y por todos mis compañeros!". Si aquello ocurría se producía una algarabía y el juego volvía a empezar. - El abuelo suspiró un instante - Lo que quería decir es que hoy bastaría con que el espíritu de ese juego y de aquella frase fuera absorbido por todos nosotros y cuando viésemos que el vecino de al lado ha sido cazado por la adversidad lo rescatásemos al grito de "¡Por mí y por todos mis compañeros!". Si eso pasase otro gallo nos cantaría.

Juan permaneció ensimismado asumiendo las palabras de su padre hasta que su hijo Aarón los asaltó inquisitoriamente.

- Abuelo ¿me enseñas a jugar al escondite?

- Claro hijo, tú y tu padre esconderos que yo la pocho.





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