jueves, 31 de julio de 2008

Soy idiota

Hoy tuve una extraña sensación de completa idiotez. Avisaron de un problema con una luminaria en el despacho de un médico de la sección de psiquiatría de un hospital cercano. Allí, mientras reparaba la luz, he compartido rato de mi tiempo con una persona. Bueno, la idea de compartir algo con ella estaba lejos de lo que consideramos cotidianamente compartir, ya que yo estaba allí pero ella no.

Desconozco su nombre y el de la persona que la acompañaba. Se trataba de dos jóvenes que por edad y parecido, si obviábamos el traje gris humo que claramente marcaba a la primera como sujeto al que prestar especial atención, hacían pensar que debían ser hermanas. Ambas estaban de pie junto a la puerta cerrada con llave de la consulta de un psiquiatra. Rosa, así llamaré desde ahora a la chica “especial”, vestía un pijama gris que disimulaba completamente su figura femenina, claramente el uniforme fue creado con esa intención, así la unificaba con el resto de internos y a la vez la convertía en una persona a la que prestar atención. Nadie identificaría ese color con algo bueno o alegre y si alguien se la hubiese encontrado fuera de aquella planta así vestida, al instante habría sospechado de donde se había escapado.

Rosa repetía machaconamente unas ininteligibles frases que parecían tener una importancia vital, tanto era el énfasis con el que las repetía una y otra vez sin descanso, gimoteando y ocultando su boca tras sus entrecerradas manos. Y con cada repetición se sucedían constantes vaivenes con la cabeza y el cuerpo, adelante y atrás, adelante y atrás, adelante y atrás, como si eso sirviese para darle mayor sentido a su indescifrable mensaje. Su hermana se esforzaba en entenderla y le preguntaba una y otra vez:

- ¿Qué dices?
- …
- ¿Quieres algo?
- …
- Háblame, ¿qué te pasa?
- …

Y Rosa siempre repetía su letanía una y otra vez, una y otra vez sin tan siquiera prestar un poco de atención a las cariñosas preguntas de su hermana.

Pensé: “Esa chica está para que la encierren”. Fue inevitable sentir lástima por Rosa. Pero al momento me sobrevino un temor. ¿Qué pasaría si algún día yo estuviese en ese mundo?

Percibí que sólo estábamos allí dos personas, la hermana de Rosa y yo. Rosa estaba en otro sitio, posiblemente en uno mucho más oscuro y tenebroso que aquel ya de por si triste ala de hospital, y por más que su hermana intentase hacerla volver Rosa no conseguía encontrar el camino.

Y al mismo tiempo descubrí que soy idiota. Yo y todos los que habían pensado lo mismo que yo. Rosa no estaba para que la encerrasen, ya estaba encerrada, perdida y sola en un mundo en el que cualquiera de nosotros también estaría solo y perdido. Un mundo donde hay cosas tan impactantes e intimidatorias que es necesario nombrarlas de viva voz una y otra vez para que estas no puedan hacerte daño. Un mundo infinitamente peor que este, un lugar donde ni siquiera tus seres queridos pueden llegar hasta ti aunque se encuentren a tu lado.

Entonces deseé que la puerta de la consulta del psiquiatra hubiese estado abierta y que Rosa hubiese tenido la fuerza necesaria que la hubiese permitido encontrar el camino de vuelta.

Esta tarde Rosa ha pasado la tarde conmigo, en mi mente, haciéndome plantear su situación como propia y metiéndome miedo en el cuerpo. Sólo ella podría explicarnos como es un mundo al que todos tenemos temor y aun así despreciamos y abandonamos a los que en él se encuentran. Ella y todos los que allí estaban bien se merecían que la puerta de la consulta del psiquiatra hubiese estado abierta.

Mañana tendré que volver a aquel ala del hospital, y no dejaré que ni su traje gris ni sus eternas letanías me impidan saludarle y preguntarle por el tiempo que hace allí, donde sea que se encuentre.



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